La final de la UEFA Europa League 2025 será inolvidable por muchas razones. Para el Tottenham, significó el fin de una sequía de 17 años sin títulos. Para sus hinchas, la primera corona europea desde 1984. Pero para Son Heung-min, fue mucho más que eso: fue el cierre de una herida abierta durante diez años, desde que llegó al norte de Londres sin imaginar lo difícil que sería alcanzar la gloria.
Capitán por mérito y por respeto, Son fue el último en subir al podio tras la victoria 1-0 sobre el Manchester United en San Mamés. Lo esperaba su momento de consagración... pero algo falló. La UEFA se quedó sin medallas. Literalmente. Son, junto a otros dos compañeros, no recibió la suya por un error en el conteo. Pero lejos de molestarse, el surcoreano sonrió, besó el trofeo y celebró con una emoción desbordante. Porque para él, el metal no era lo importante. Era el momento. Y el momento por fin había llegado.
Son rompió en llanto apenas terminó el partido. No era para menos. Había perdido cuatro finales con los Spurs: Champions (2019), Premier (2017/18) y dos veces la Copa de la Liga. Había visto partir a su eterno socio Harry Kane al Bayern —donde también recién pudo coronarse— y había cargado durante años con la frustración de ser símbolo de un equipo sin títulos. Hasta hoy.
Este trofeo, ganado con gol de Brennan Johnson que más pareciera un autogol de Luke Shaw tras un centro venenoso de Pape Sarr, no solo fue histórico por el resultado. También porque convirtió a Son en el primer asiático en capitanear a un club campeón europeo, y porque confirmó que el fútbol todavía puede ofrecer justicia poética: la estrella surcoreana, símbolo de lealtad y profesionalismo, al fin tiene lo que tanto soñó.
No tiene una medalla, al menos todavía. Pero tiene algo más valioso: la certeza de que valió la pena cada lágrima, cada final perdida y cada década de espera.
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22 mayo
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