En 2024, cuando su vuelta parecía inminente, un mensaje mafioso cambió el rumbo. Dejaron en la inmobiliaria de su hermana una caja con una cabeza de cerdo, una bala incrustada en la frente y una nota escalofriante: “Si volvés, la próxima cabeza será la de tu hija Pía”. Fue demasiado. El "Fideo" tenía todo listo, el acuerdo con la dirigencia cerrado, pero no podía poner a su familia en peligro. Rosario, su lugar en el mundo, también era una ciudad sitiada por el miedo.
Di María, campeón del mundo con Argentina en Qatar, ídolo en Europa, estrella en Real Madrid, PSG y Benfica, eligió el silencio. Guardó su deseo. Y esperó.
Pasó el tiempo. Algunos responsables fueron detenidos. Rosario se fortaleció como institución y equipo. Gonzalo Belloso, su excompañero y ahora presidente del club, nunca dejó de insistir. Y esta vez, sin anuncios, sin cámaras, sin ruido, Di María volvió.
El jueves 29 de mayo de 2025, el fútbol argentino despertó con la noticia que parecía un sueño: Ángel Di María es jugador de Rosario Central.
Y no es solo un fichaje. Es una historia que vuelve a sus raíces. Porque Di María no nació en una cuna de oro. Nació en el esfuerzo. Su madre, Diana, lo llevaba a entrenar en una bicicleta destartalada que él bautizó “Graciela”. Iban juntos, bajo el sol o la lluvia, pedaleando desde su casa hasta el predio de Central. A veces no alcanzaba la plata para el colectivo, pero siempre llegaban.

Ahora, con 36 títulos, medallas y trofeos en cada rincón del mundo, Di María vuelve a donde todo comenzó. Vuelve a Rosario. Vuelve a Central. Pero no como el chico que soñaba con ser profesional, sino como el hombre que lo logró todo y decidió que su último baile debía ser en casa.
